10 junio 2009

Heridas de guerra

Todo pasó muy rápido.

Si no fuera porque me sacaron, todavía estaría ahí parada, viendo que hacer.

Las manos, la cara, el pelo, la ropa. Todo.

(Frente a la canilla abierta)
- ¿Salió? ¿Ya está?
- No, te falta. ¿Estás bien?
- Si, si. ¿Terminaron el informe?
- (...)
- ¿Ahora?
- No, todavía te queda en toda la cara, las manos. Acá, acá y acá.
- Ahhh... ¿Ahí? ¿Limpio la mesada o ya lo arreglaron?
- Si, mejor, pero te falto todo el cuello. Y la remera.
- Pobre remera, si apenas tiene 5 años... Uy, mirá, se me oxidó la medallita de "bailen putos"



Cuando todavía no se me había ido la stigmatta que me hice con iodo el miércoles pasado, me quedó todo manchado con KMnO4, gracias a un gotero mal cerrado, que cayó en la mesada y proyectó toda la solución.
De todas las cosas con las que trabajamos hoy, es una alegría que sólo el KMnO4 haya decidido saltar (literalmente) a mis brazos.

Es de loca, lo sé, pero disfruto tanto del laboratorio que realmente no puedo evitar que el destino se dé cuenta que debo llevarlo en la piel.
Son mis heridas de guerra ("guerra del amor, que el alma llena"), les doy la bienvenida y las disfruto porque por ellas aprendo.

Me lavé las manos, la cara, el anillo, las caravanas, la medallita. Todo, menos la túnica.
Me niego a lavar la túnica. No es que no tenga Mr Músculo (cosa que es cierta) sino que quiero recordar el momento de mi primer accidente en el laboratorio digno de planilla.

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