Soy una enamorada perdida de las papelerías. Así como algunas chicas aman ir al shopping y salir cargadas de bolsas con vestidos o carteras, yo muero de la felicidad cada vez que me compro un cuaderno, libreta, post it... y lapiceras. Ahhh, mi perdición.
Amo mis lapiceras.
Las retráctiles, que al mismo tiempo son amansa-Mollys. Las bic, siempre a mano, o en el pelo. Las de colores. Las fibras. Las de gel. Las de tinta. Todas, todas y cada una tienen algo especial.
Todos tenemos cosas fungibles (estoy tratando de aplicar los términos que aprendo, aunque sea a la fuerza) que amamos. Quizá tu debilidad, querido lector, no sean los artículos de papelería, sino los discos, las antigüedades, las hojas de plantas o los sonetos del siglo de oro.
Así que estoy segura de que podrás extrapolar lo que siento y comprenderme.
En esa misma extrapolación, estoy segura de que uno de los tantos objetos del grupo es tu favorito.
En mi caso es la uni ball vision needle micro negra (gente de uniball, si están leyendo y sienten un impulso irrefrenable de regalarme lapiceras, sientan la libertad de seguirlo, serán muy bienvenidas). Aparentemente, The Pen Addict está de acuerdo conmigo.
La tinta fluye y seca rápido, yo escribo rápido, entreverado y suelo garabatear muchísimo. No se borronea y (lo más mejor en mi mundo de mesadas, cuadernos de laboratorio y salpicaduras) es a prueba de agua. Hermosa, simplemente hermosa.
Le doy palo. Salado, podría decir.
Notas en la agenda, teóricos de matemática, apuntes de historia, ejercicios de orgánica... Nunca salgo sin mi lapicera, porque como siempre se dice, nunca se sabe.
Ríos de tinta corren en mis horas de ocio y esa lapicera es mi compañera y confidente.
Anoche empezó a quedarse sin tinta. Esta mañana me tuve que comprar otra, para seguir estudiando, pero me duele en el alma tener que tirarla.
Mister Ray Charles