28 junio 2010

Oda al Salón Artigas

Oh Salón Atrigas, papelería de mi infancia.
Cuando la pequeña Molly salía de la escuela,
iba a babear por las lapiceras.

Siempre quedaste a dos cuadras de casa,
porque cuando me mudé una cuadra para allá,
te alejaste una cuadra, casualmente también para allá.
Ah, la ironía de la mudanza.

Ya en el liceo te engañé un par de veces con Oro18
no es mi culpa, yo te quería,
tenía que comprar la bendita cinta engomada,
y vos no siempre tenías.

También está eso de que no hay fotocopiadora.
Todos sabemos que el liceal se alimenta de Xerox.
Aunque podía comprar cualquier otra cosa.

Goma eva, cartulina, papel glassé,
lapiceras, lapices HB o 2B.
Agendas, o remeras, alfajores,
un paquete de papitas o un CD.

Oh, Salón Artigas,
te debo muchos de mis vicios.
Y algunas de mis manías.
Y amo que estés abierto al mediodía.

Hoy volví a tus dominios
y me compré un resaltador anaranjado.
Porque la papelería de enfrente ya había cerrado.




Como dicen los payadores: no rima [y es horrible y la métrica apesta], pero es cierto.

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